.

.

lunes, 13 de mayo de 2019

¿Era 0.082 o cuánto?

Depende.

Un viernes de mayo andaluz, mi madre me compró un balón de plástico ultraligero.

Botaba hasta una altura de 10000 metros. Al menos a mí me parecía eso en aquel entonces. Jugué con él durante 15 minutos. Dios, cómo lo disfruté esos 15 minutos. Lo dejé en la terraza y me fui corriendo a comer. Había pollo con patatas fritas.

Cuando volví a por él, se había reducido a una pelota de tamaño diminuto por culpa del sol. Casi ni botaba. Fue una gran lección de la vida.

Aprendí que:

1. Los gases aumentan de volumen con la temperatura bajo una presión constante y que cuando la temperatura disminuye, te jode la vida.

2. Bueno fue lo que se disfrutó aunque breve fuera

3. Manejar la frustración de los gases ideales. Jodida ley de los gases ideales. Jodida constante universal de los gases ideales.

4. En realidad era mi culpa no la del Sol.

Ahora me siento un poco así. Como la pelota, quiero decir. Como desinflada. No es necesariamente malo.

lunes, 4 de febrero de 2019

Apatía es una vitud

Un parisino caminaría sobre tu cuerpo moribundo pidiendo agua mientras mira su móvil, sin percatarse de que estabas ahí. No lo tomes a mal, no lo hacen con mala intención. Simplemente no ven más allá de su mundo. Puede tener sus ventajas: no se meten contigo por ser inmigrante, homosexual o negro son felices andando con su móvil entre las manos. No ayudan pero tampoco juzgan.

Porque yo nací en el Mediterráneo

No tendrías fotos bonitas en Instagram, pero tendrías una vida real en la que escalarías montañas, bailarías en el metro de París cogido a mi cintura, jugaríamos a ponernos de espaldas subiéndome sobre ti, te reirías con mis comentarios creativos, adoraría mi pasión por la vida, pondrías tus manos sobre mi espalda arqueada mientras estás sobre mí, me mirarías con una sonrisa y repleto de sosiego al ver la pasión andaluza que corren por mis venas, me sentirías hasta el fondo de tu puto ser. Pero eres un drama King y en lugar de todo eso, tú te haces una paja y a dormir.

lunes, 10 de diciembre de 2018

Apatía en la estepa rusa

-“Creo que el mundo entero se vuelve cada día más resentido. Eso está llegando ahora a España también. Creía que sólo era aquí en París, pero parece que se expande cuan pandemia. ¡Oh, no!, necesito mis gafas protectoras del resentimiento”.

Si das un paso puedes verlo, es gris, húmedo. Aún se siente bajo mis pies la humedad de la lluvia. Noviembre es gris y húmedo. Esta ciudad también lo es.

Aparte de los negros que te colocan la pulsera en la muñeca a cambio de un par de euros al final de las escaleras, sólo hay gente resentida. París está lleno de gente resentida. París es…bla bla. ¿Qué está ocurriendo aquí?

Nuestra protagonista no para de hacerse la misma pregunta una y otra vez.
“París es…” afirma esta vez. Salvo que ahora ella se halla en el “banlieu” parisino. Aquí también lo son… y ahora en Lyon… y en Montpellier y en Berlín y en Múnich y en Madrid. ¿Pero qué está pasando?, ¿es nuestra protagonista la única que recapacita y se da cuenta de ello?

-“Ella es una resentida porque él lo fue con ella. ¿Por qué mostrar desprecio a una persona que te estás follando?, ¿qué tiene que demostrar él?, ¿de qué tiene miedo? ahora ella es una resentida que muestra desprecio por ese otro, y así sucesivamente. Una y otra vez. La cadena es infinita. ¿Muestras desprecio porque temes no estar a la altura?, ¿por qué necesitas demostrarle que lo estás?

Es una pandemia y nuestra protagonista acaba de comprenderlo. Es un virus tal que así:

Es verde, repugnante se transmite mayoritariamente por vía sexual pero también a través del contacto físico como abrazos entre amigos. Ahora nuestra prota está avisada. El miedo le bloquea y le impide reaccionar en un principio.

Después, tras recapacitar y atar cabos sueltos, decide cometer el peor de sus errores: si se contagia por vía sexual, incluso por simple contacto, lo que debo hacer es alejarme de todo el mundo y así impedir que me hagan daño.

Nuestra prota se va a un bosque en la estepa rusa con munición, una caña de pescar, una escopeta, una camisa de franela a cuadros (pequeño inciso, qué bien le quedan a un compañero de curro esas camisas) y un hacha para partir leña.

Nuestra prota no es que sea Chewaka pero se deja crecer barba, una barba de restos de chetos y de no lavarse la cara (sí, también se llevó un saco de chetos). Hace rasca y no es plan de salir al lago a lavarse, salvo para lo fundamental: pescar salmones.

Al principio, como cuando llegó a París todo muy guay; luchando con los animales de la ruda estepa y tal pero, un día resulta que recibe la tarjeta de la Seguridad Social y tiene habitáculo medianamente digno y le da un bajón del tipo: “y ahora qué hago, que se lo próximo, cuál es mi objetivo”.

Así que tras largas semanas de soledad, frío y cortar leña, decide que lo próximo es buscar una solución que no le aleje de nadie.

Reflexiona un rato y otro, caza un oso para pasar el largo invierno y continua reflexionando:
-“Cómo me mantuve fuera de la pandemia?, ¿cómo no contagiarme si vuelvo? Por suerte, en el sótano de su cabaña aún quedaban restos de la antigua URSS y encontró un súper láser de rayos cósmicos extra-fuerte. Tras mirar la documentación y la guía usuario, ve que podría usarlo como arma ante ese virus indolente: el puto resentimiento.

Salvo que cuando estaba en medio de la elaboración de dicho arma partir de ese láser de rayos cósmicos, se percata de que en el fondo, actuaría como los ya contagiados: atacando. Así que para y deja a un lado su invento. No merece la pena hacer aún más daño.

Solo que ahora recapacita y se dice:
-“Estos científicos de la URSS usaban este material similar a un plástico de color negro y que deja pasar la luz pero no la radiación cósmica en ninguna de sus longitudes, 100% protegida. Es una herramienta de protección individual (I <3 HSE). Si eso les protege de la radiación, ha de protegerme del virus. Así que diseña un prototipo de traje negro que recubra todo su cuerpo. Pero al poco se percata de que no tienen suficiente material, ni sería muy cómodo, especialmente para ir al baño, ni para soñar, ni para follar, …ni para vivir al fin y al cabo.

Así que su última esperanza es sentarse y recapacitar. Nunca rendirse. Pensando mucho llega a la conclusión de que no es lo suyo; que lo suyo es más bien actuar. Así que decide volver a la civilización, armarse de valor, colocarse, esas siempre tan suyas gafas negras de sol a las que nunca renunciaría (italian style, sí) y decide que se la sopla todo. Porque eso también  se decide.

Que no merece la pena estar solo y no amar, ni no follar, ni no sentir, ni no nada. Que esta vida es muy dura como para vivir en la estepa rusa, que lo que sea será. Quizás fue la estepa, el antídoto, quizás sus gafas negras. Esas que impiden que el virus pase a través de sus ojos cuando alguien contagiado le miran muy hacia dentro.

Quizás simplemente es portadora de un gen o una combinación de ADN especial. El caso es que no se contagia del puto virus. Científicos estudian ahora si se trata de esto último. Quizás puedan aislar la combinación de adenina, citosina, tiamina y guanina y  elaborar así un antídoto en forma de pastilla. Calculan que para el 2025 lo conseguirán pero, ¿y si el remedio era la estepa rusa, o las gafas?

Da igual, pues es un final. Feliz porque la prota termina feliz, poco importa el resto del universo. Poco importa que el resto del universo esté impedido para sentirse vivo.
Así que, tú que me lees, aunque no contagiado/a, por favor no permitas que te contagien. Ponte gafas de sol y permítete sentirte vivo/a.

Una historia Lynchiana

No es un sentimiento agradable. Quiero decir, al principio sí porque caes en su trampa de egos sin resarcir sin saberlo. Así que una vez que sean resarcidos desaparecerá.

Lo que sientes después es como si trataras de extraer a través de tu esófago una bola enmarañada de pelusa, tejido celular, sangre, secreciones varias y algo de mierda.

Imaginaos, la bola está en la parte inferior de vuestro esófago.  Según Wikipedia, el esófago mide unos 25 cm de largo y sólo unos milímetros de diámetro. Imaginaos tener que tratar de deglutir a la inversa esa bola de pelusa y tejidos de unos 5 cm de diámetro.

Algunos son capaces de expulsarla antes, otros tardan más. Poco importa. Lo importante es imaginar el momento: el esfuerzo que el susodicho organismo hace para expulsarlo y lo peor es que siempre dejará resto. Es decir, aunque se ha expulsado la bola, siempre hay pequeños restos que se han quedado en esos 25 cm.

Así que seáis como seáis, tengáis una polla pequeña o una grande, seáis de grandes egos o no, por favor no hagáis jamás eso a vuestros semejantesente.

viernes, 3 de marzo de 2017

Qúe más da

Ella tiembla y respira violentamente. Parece salir del fango y parece huir. Está aterrada, mira hacia los lados como temiendo el enfrentamiento. Entonces mira su mano asombrada mientras respira entrecortadamente. 

Comienza a respirar más rápida y apresuradamente si cabe. En su mano… maldita sea. De su mano comienza a brotar una masa oscura y viscosa similar al petróleo. Al observar la sustancia pegajosa y a la vez compacta, como acto reflejo consecuencia del proceso evolutivo, siente terror por lo desconocido. Ella grita. Sacude la mano.

¿Qué me pasa? Se producen incesantes y entrecortadas respiraciones diafragmáticas. En un segundo intento, sacude la mano; la masa se deforma, ella intenta despegarla con la otra mano pero no sirve de nada. La masa viscosa se deforma infinitamente, parece un cáncer. Por mucho que la estire nunca da de sí. Trata de fijarla a algún lugar y alejarse, pero tras su elongación siempre vuelve a la condición inicial sobre su mano. Cuánto terror y desamparo. Trata de despegar la masa negra de ella. Con nulo resultado. 
Ahora trata de pedir ayuda. Un incauto se apiada de ella. Es entonces cuando logra despegar la masa cancerígena de su mano, abandonándola sobre el cuerpo de éste. Ella corre. Mira hacia atrás y corre aun más rápido. Él no puede seguir su ritmo pero tampoco la deja atrás. Ella continúa corriendo. Desciende la rampa de la ciudad. De fondo el arco de La Défense. 

Le divisa a lo lejos. Ahora que se deshizo de la sustancia puede ir en su busca. Lo observa, se aproxima con la intención de alcanzarlo, y finalmente lanzarse sobre él.

Una vez con los dos cuerpos sobre el suelo, uno encima del otro, ella comienza por una mirada intensa directa a sus ojos. Ambos mantienen sus miradas sobre el otro. Tras una ligera pausa para lograr recuperar el aliento, comienza a besarle rápida y agitadamente. 

Él también. Ya nada existe para ellos, ni la ciudad, ni el incauto, ni el consumismo, ni las luces, ni el ser, ni siquiera el no ser, el dejar de existir. Sólo ellos. Continúan besándose, con los ojos cerrados. Como si el mundo se fuera a acabar instantes después. Ahora nada importa nada. La masa corrosiva comienza a envolver su pie izquierdo, se extiende, crece… poco a poco envuelve a ambos cuerpos; desde los pies, pasando por su abdomen en constante contracción-relajación para finalizar por sus labios.

Ahora sólo queda una masa oscura y viscosa al final de la pendiente del arco de La Défense. Una masa inflamable. Todo termina ahí. Qué más da joder, mereció la pena aunque terminara en fuego segundos después. Aunque terminara quemando. Qué mas da.

Porque pese a todo, pese a los miedos y a sus pesares, pese a sus odios… cuando deciden mirarse a los ojos en silencio, es cuando se percatan de que nada importa nada. Que todo se perdona.


Si la gravedad

-Si la gravedad se cierne sobre ti, no ceses de luchar contra ella. Quizás sea imposible lograr vencerla pero nunca ha de dejar de intentarse. Jamás. El sol. La luna surge como destellos de sol sobre los que la gravedad se ha cernido. Fluidos que desembocan en un punto concreto, que con lo acumulación crecen. De ahí nació la luna. No lo sabías pero si miras por la ventaba podrás aun ver alguno de esos destellos. Quizás no. Quizás sólo los que creen pueden verlo. Quizás sólo los locos.


- O los que han fumado lo que tú. Si no viera a través de tu cerebro, te dejaría. Eres excesivamente rara. Me encanta tu desnudez. Deja la tristeza. Ni siquiera yo puedo hacer que la dejes. Cuanto te follo la siento. Como si un terror horrible me viniera de repente por el contagio de tu tristeza. Entonces recuerdo que siempre lo hacemos con preservativo y se me pasa. Pero aun así da que pensar. Veo también a través de tus ojos. No hace falta que digas nada. Sé que quieres que lo hagamos aquí, junto a la ventana, bajo la luna y sus destellos.